sábado, 29 de septiembre de 2012

Al Padre Víctor

Qué triste está mi Virgen, a caudales está llorando, de negro luto vestida, el pañuelo está empapado, su pálida cara asoma sobre el negro de su manto. ¿Cómo en un día tan sólo ha podido cambiar tanto? Ayer paseó sus calles, de blanco y oro bordado, azules limpios su palio y de azul limpio su manto. Sus jóvenes costaleros orgullosos pasearon, por las calles engalanadas y la música tocando. ¿Qué te ha podido pasar? ¿Cuál es causa de tu llanto? 


“Me llevo al que tanto quiero, el Cielo le está esperando. Su Madre en la tierra fui, me tuvo amor desbordado; quiero tenerlo a mi vera, allí poder agasajarlo, y la Gloria de Dios Padre por los siglos esté gozando”. 



Desde allí podrá escuchar sus campanas repicando de la Gloria de la Virgen en el Ángelus anunciando, la maternidad divina, de la Madre de mi barrio. 

Luchó para que sonaran de bronce la voz de Dios, aquí en su torre más alta, y consiguió como nadie que la iglesia se llenara. 

Como el pastor reparte su amor a la oveja perdida, el suyo lo dio por su parroquia querida. Qué triste suenan campanas, parecen más que teñidos, suspiros que van al aire, de un corazón que se ha ido, a trozos de tanto amor entre todos repartido.


El trabajo y el amor se acumulan a porfía, cuando llegues al Señor y pregunte por tu vida, tú le enseñarás las manos, que no estarán vacías, no habrá ni un pequeño resquicio que una letra ocuparía, te rebosarán las manos, de muchas misiones cumplidas.


La Virgen estará llorando, pero no por su partida, llora por los que quedamos, que nos quitó la energía, la fuerza que derrochaba y el amor que repartía. Pero tenemos el consuelo, que aquí sembró la semilla, que florecerá con fuerza en buena tierra caída. 

 
Los frutos que nazcan de ella, serán por ti florecidos, y seguiremos la senda que nos marcaste en la vida, de amor, trabajo y constancia, que fueron los grandes dones, los que adornaron tus días.

N.H.D.ª Encarnación Benavides