lunes, 1 de enero de 2001

Saludo del Arzobispo Coadjutor electo a la Archidiócesis de Sevilla

Queridos hermanos y hermanas:

1. En el día en que la Iglesia hispalense celebra la fiesta de San Leandro y la Santa Sede hace público mi nombramiento como Arzobispo coadjutor de Sevilla, os dirijo mis primeras palabras de saludo afectuoso. Mis sentimientos en estos momentos son de gratitud inmensa al Señor que me envía a vosotros para continuar en esa Iglesia particular su obra de salvación. Agradezco al Santo Padre la confianza que en mí deposita al encargarme este ministerio en la Archidiócesis de Sevilla, en plena comunión con él. Mi gratitud también muy grande al señor Cardenal Fray Carlos Amigo Vallejo, nuestro Arzobispo, que me acoge como padre, hermano y colaborador suyo. Permitidme que en esta ocasión tan importante para mí manifieste además mi gratitud emocionada a la Iglesia hermana de Córdoba, a la que he servido en los últimos cinco años, a sus sacerdotes, consagrados, seminaristas y laicos, que me acogieron desde el primer momento con gran afecto y que tanto me han edificado en estos años, sin duda los más gozosos de mi ministerio, con testimonios espléndidos de santidad, generosidad, entrega y virtudes cristianas.

2. En las últimas semanas he rezado mucho por la Archidiócesis de Sevilla. Al mismo tiempo, he procurado conocer su geografía y su historia venerable. Me admira especialmente el número y calidad de sus santos. La historia de la Iglesia hispalense es una historia de santidad, que nos obliga a todos a revivir ese pasado glorioso, pues como nos han repetido sin cesar los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI en los últimos años, la santidad es la primera prioridad de la Iglesia en esta hora y el objetivo último de toda programación pastoral. He conocido también el catálogo de sus Arzobispos, entre los que descuellan San Leandro, San Isidoro y el Beato Marcelo Spínola y los grandes cardenales y arzobispos de las épocas medieval, renacentista y barroca, y también de la época moderna, todos ellos grandes pastores, ejemplos vivos en el servicio que se me encomienda, y ante cuyas biografías surge en mí la admiración del discípulo que tiene mucho que aprender de su virtud y entrega en los duros trabajos del Evangelio. Nueve de ellos llegaron a Sevilla desde mi Diócesis de origen, Sigüenza-Guadalajara, y siete desde la Diócesis de Córdoba, a la que he servido en estos años.

3. Saludo también con respeto y afecto a las autoridades civiles, militares, judiciales y universitarias de la Comunidad Autónoma de Andalucía, de la provincia y de la ciudad de Sevilla, a las que ofrezco mi humilde y leal colaboración en su servicio al bien común.

4. De modo muy especial quiero saludar a los miembros del Colegio de Consultores, del Consejo del Presbiterio y del Cabildo metropolitano, a todos los hermanos sacerdotes del clero secular y regular y a los diáconos. Sois los principales e imprescindibles colaboradores del señor Cardenal y de quien llega para trabajar con absoluta lealtad a él siguiendo sus orientaciones y programas. Vais a ser los primeros destinatarios de mi solicitud pastoral. Sentidme ya como padre, hermano y amigo, partícipe de vuestros gozos e ilusiones sacerdotales, cercano en los momentos difíciles, dispuesto siempre a escucharos, alentaros y acompañaros y a vivir la comunión que es condición y garantía de eficacia en la común tarea de la edificación de la Iglesia.

5. Mi saludo se dirige ahora a los seminaristas del Seminario metropolitano. Os aseguro que una de mis mayores alegrías en estos días ha sido conocer el número relativamente crecido de seminaristas en nuestra Archidiócesis. Gracias a vuestra disponibilidad para seguir al Señor, la Iglesia en Sevilla puede mirar al futuro con esperanza. Os invito ya desde ahora a ser fieles a la especial predilección que el Señor ha tenido con vosotros. Con el Papa Juan Pablo II, y desde mi propia experiencia y la de tantos hermanos que viven gozosamente su sacerdocio, os aseguro que "vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!".

6. Saludo con especial afecto a los religiosos y religiosas de vida activa, tan numerosos en la Archidiócesis, a los miembros de las Sociedades de vida apostólica y de los Institutos seculares, a las Vírgenes consagradas y a las Monjas contemplativas, que desde la vida escondida con Cristo en Dios sois una fuente imprescindible de energía sobrenatural para la Iglesia y un testimonio elocuente de lo único necesario y de los valores permanentes en que debe asentarse nuestra vida. Para todos mi saludo y mi aprecio grande por las tareas que realizáis en las parroquias, en la escuela católica y en las distintas obras asistenciales y caritativas. Estoy seguro de que, con la ayuda de Dios y el aliento de vuestros Obispos seguiremos impulsando entre todos a nuestra Iglesia a nuevas singladuras apostólicas y evangelizadoras, remando al mismo ritmo, en la misma dirección, con la misma intensidad e ilusión y con pleno sentido de comunión.

7. Saludo lleno de gozo a los fieles laicos, ancianos y niños, adultos y jóvenes, y muy especialmente a los que participáis activamente en las diversas tareas eclesiales, catequistas, profesores de Religión, equipos de animación litúrgica de las parroquias, a cuantos trabajáis al servicio de los más pobres en Caritas, Manos Unidas u otras instituciones caritativas y sociales de la Iglesia, a los militantes de Acción Católica, a los miembros de las numerosísimas Hermandades y Cofradías y de los movimientos y asociaciones apostólicas. Desearía que este saludo llegase a todas las familias cristianas y, sobre todo, a quienes el Señor confía de un modo especial al ministerio del Obispo: los pobres, los enfermos, los parados, los marginados, los ancianos que viven solos, los inmigrantes, los que han perdido toda esperanza y cuantos sufren como consecuencia de la crisis económica.

8. Saludo, por fin, con respeto deferente a los creyentes de otras religiones y a los no creyentes. También ellos deben sentir mi aprecio, cercanía y amistad y, a través mío, la cercanía de la Iglesia, que es sacramento, signo e instrumento de la unidad de todo el género humano (LG, 1).

9. Al presentarme a vosotros en el mismo día en que la Santa Sede hace público mi nombramiento como Arzobispo coadjutor de Sevilla, como Pedro y Juan ante el paralítico de la Puerta Hermosa, tengo que confesaros que no tengo otro tesoro que entregaros que a Jesucristo (Hech 3,5), ni otro programa que conocerle y darlo a conocer, amarle y procurar que los demás lo amen y le sigan (NMI, 29), porque "quien encuentra al Señor conoce la Verdad, descubre la Vida y reconoce el Camino que conduce a ella", pues Él "es el futuro del hombre ... y la única esperanza que puede dar plenitud de sentido a la vida" (Ecclesia in Europa, 20-22). Él, con la fuerza de su Espíritu, me ayudará a trabajar sin desmayo, colaborando lealmente con el señor Cardenal, en la renovación constante de la vida interior de nuestras comunidades cristianas, pues sin nuestra inserción real en la vida trinitaria y sin el encuentro permanente y vivificador con Jesucristo muerto y resucitado, no hay vida cristiana y todo será agitación estéril en la pastoral y en el apostolado. Sólo desde esta plataforma firme y consistente será posible acentuar con fruto otras prioridades, la evangelización, la transmisión de la fe y la iniciación cristiana en la familia, en la catequesis y en la escuela, la presencia confesante de los católicos en la vida pública y la pastoral misionera. Sólo caminando desde Cristo seremos capaces además de intensificar la comunión en el interior de la Iglesia, la comunión con los Obispos, entre los sacerdotes, entre los distintos grupos, movimientos y familias eclesiales, sin olvidar la comunión con los pobres, y todo ello con el estilo de las primeras comunidades cristianas.

10. Soy consciente de que estos propósitos y el fruto de mi servicio episcopal entre vosotros serán imposibles sin la ayuda de la gracia de Dios. Por ello, me encomiendo a vuestras oraciones. Pedid a Dios que me conceda el corazón, el estilo y las entrañas de Jesucristo, Buen Pastor, que no vino a ser servido sino a servir. Me encomiendo también a la intercesión de los mártires y santos sevillanos, las Santas Justa y Rufina, San Leandro, San Isidoro, San Fernando, Santa Ángela de la Cruz y el Beato Marcelo Spínola. Me encomiendo también a la protección del Arcángel San Rafael, custodio de la ciudad de Córdoba, que me ha acompañado en estos años, y de San Juan de Ávila, modelo de pastores, cuyas reliquias he venerado tantas veces en mi servicio episcopal a Córdoba. Pongo mis ilusiones pastorales y el ministerio apostólico que el Santo Padre me confía en las manos maternales de la Virgen de los Reyes y de tantas advocaciones entrañables como los sevillanos veneráis en santuarios y ermitas a lo largo de toda la geografía diocesana. Que ella nos ayude a todos a ser una comunidad diocesana viva, fervorosa, unida, fraterna y evangelizadora. Mientras sigo rezando por vosotros, con el deseo de conoceros pronto personalmente, a todos os saludo cordialmente en el nombre del Señor.

Córdoba, 13 de noviembre de 2008
Fiesta de San Leandro, Arzobispo de Sevilla

+ Juan José Asenjo Peregrina
Obispo de Córdoba
y Arzobispo coadjutor electo de Sevilla