lunes, 1 de enero de 2001

Reflexiones sobre la Pascua

(Reflexiones de nuestro hermano y catequista D. Rafael E. Muñoz Benítez, en la Santa Misa de la Comunidad, 27 de marzo de 2008)

¡Feliz Pascua, hermanas y hermanos!

¿Cuántas veces hemos recibido este saludo estos días? ¿2, 3 veces? ¿10, 15? Yo, personalmente creo que si empezara a contarlas con los dedos de ambas manos tendría más que suficiente y con casi toda seguridad me sobraría alguno. Eso sí de lo que estoy seguro es que en la oficina nadie me ha felicitado. Ante esto alguno de vosotros se ha preguntado ¿Qué pasa que la Resurrección de Nuestro Señor es algo que hoy no “está de moda”? ¿Es que no parece importante? ¿O es que no lo es?

Hoy no pretendo daros ningún tipo de clase teológica, pues no soy teólogo, ni tampoco una disertación ampulosa y recargada de datos pues no es mi estilo. Solo pretendo mediante algunas reflexiones que son mías y otras que no lo son que ofreceros algunas pinceladas que os hagan y, porque no decirlo, me hagan, reflexionar y a ver si así, entre todos, damos “empujones” a nuestras almas para que “aviven el seso y despierten” como decía el clásico.

He comenzado felicitándoos a todos por Pascua y no podía ser menos, estamos celebrando el Centro de toda nuestra Fe y, sin embargo hay veces que esta fecha pasa de largo en el calendario, quizás entre otras cosas porque en esta bendita tierra estamos más ocupados y preocupados con la muerte de Cristo que con su Resurrección.

No obstante voy a intentar acercarme al tema con “ojos escépticos”, mirando como el científico que mira desde el microscopio, intentando llegar a la verdad. Así que desde este momento me revisto de la bata blanca de laboratorio, aquella que me acompañó en los años de Universidad y que desde entonces no uso, y me dispongo a intentar ver que es eso de la Resurrección de Cristo.

Supongamos que Cristo no hubiera resucitado, CUIDADO he dicho solo supongamos, si así fuera entre otras cosas estaríamos ahora mismo haciendo el tonto, no pintaríamos nada aquí y el propio Jesús en esencia no sería distinto de Mahoma o Buda por ejemplo, es decir, simplemente sería el fundador de una religión que vivió en un determinado momento y hoy día sería honrado como difunto. Sin embargo a Cristo se le ama pues es una persona viva, resucitada en su cuerpo glorioso.

Sigamos investigando llega el momento de hacernos la gran pregunta ¿verdaderamente resucitó Jesús?

Si nos fijamos uno de los rasgos característicos de la figura de Jesucristo, que contrasta tremendamente con su condición divina, fue la humillación extrema que sufrió en la hora de su muerte. Estamos así ante una paradoja absoluta. El que ha manifestado ser el propio Hijo de Dios, aquel que reunía a las multitudes y arrastraba tras de sí a los discípulos, muere solo, abandonado e incluso negado y traicionado por los suyos.

También este rasgo es único: es el único Dios humillado de la historia. Además, va a la muerte como al núcleo principal de su misión. Y el Evangelio ve en la cruz el lugar en que resplandece la gloria del amor divino.

Los evangelios narran, por otra parte, las dificultades que experimentó, incluso con sus propios discípulos, para lograr que sus contemporáneos aceptaran la idea de un Mesías espiritual cuya realización pasaría, no por un triunfo político, que era lo que esperaban (un rey que los salvara) sino por un abismo de sufrimiento, como preludio al surgir de un mundo nuevo, el de la Resurrección.

Y la descripción de la figura de Cristo en los evangelios concluye con otro rasgo singular: el testimonio de su resurrección de entre los muertos. No hay ningún otro hombre del que se haya afirmado seriamente algo semejante. Lázaro fue resucitado por Jesús, pero como una resurrección terrena, para luego volver a morir, sin embargo, Jesús resucita para no volver a morir.

La muerte de Jesucristo y la causa de su condena, son dos hechos materialmente inscritos en la historia, y que nadie ya se atreve a negar: Jesucristo fue históricamente crucificado bajo Poncio Pilato a causa de su reivindicación divina, es decir, por autodenominarse Hijo de Dios.

El hecho de su Resurrección, sin embargo, sí es negado por algunas personas, que afirman que no se trata de algo que pueda comprobarse empíricamente, y que, por tanto, sus apariciones después de su muerte tendrían que deberse a una ilusión óptica, una sugestión o algún tipo de alucinación, producida sin duda por el deseo de los suyos de que resucitara.

Considero muy creíble que Dios, si realmente es Dios, haga cosas extraordinarias si lo considera necesario. Lo que me sorprende es la capacidad de algunos creyentes para aceptar explicaciones mucho más difíciles de creer que un milagro: cualquier cosa, todo, antes que admitir que Dios pueda hacer algo que se salga de lo ordinario.


Algunos explican la Resurrección hablando de ilusiones ópticas o alucinaciones, y habría que recordarles quizá que la reacción de los discípulos ante las primeras noticias de la resurrección de Cristo fue inicialmente escéptica (estaban sombríos y abatidos, y aquel primer anuncio les pareció un desatino), y difícilmente se producen sugestiones, alucinaciones o ilusiones ópticas (y menos aún si tienen que ser colectivas) entre personas en actitud escéptica. Además, tampoco se explicaría por qué esas sugestiones sólo duraron cuarenta días, hasta la Ascensión, y después ya ninguno de ellos volvió a tenerlas.

Los guardias que custodiaban el sepulcro dijeron -y después lo han repetido muchos otros- que los discípulos robaron el cuerpo mientras ellos dormían: curioso testimonio el de unos testigos dormidos, y poco concluyente para intentar rebatir algo que -durante su supuesto sueño- les fue imposible presenciar. ¿Cómo podían decir que sus discípulos robaron el cuerpo del Maestro? ¿Cómo pudieron verlo si estaban durmiendo?

Sin embargo, el testimonio de la Resurrección dado por los apóstoles y por los primeros discípulos satisface plenamente las exigencias del método científico. Es de destacar, sobre todo, el asombroso comportamiento de los discípulos al comprobar la realidad de la noticia por las múltiples apariciones de Jesucristo.

Si esas apariciones no fueran reales, no se explicaría que esos hombres que habían sido cobardes y habían huido asustados ante el prendimiento de su maestro, a los pocos días estén proclamando su Resurrección, sin miedo a ser perseguidos, encarcelados y finalmente ejecutados, afirmando repetidamente que no pueden dejar de decir lo que han visto y oído: el milagro portentoso de la Resurrección, del que habían sido testigos por aquellas apariciones, y que había transformado sus vidas.

Así pues la única explicación plausible del origen y del éxito de esa afirmación es que se trate de un acontecimiento real e histórico.

Por otra parte, el testimonio de los evangelios sobre la resurrección de Jesucristo es masivo y universal: todo el conjunto del Nuevo Testamento sería impensable y contradictorio si el portador y el objeto de su mensaje hubiese terminado simplemente con el fracaso de su muerte infame en una cruz.

No se puede comprender que unos rudos pescadores hayan podido cristianizar el Imperio Romano si no es por su certeza en la Resurrección de su Señor Jesucristo. Y es tan importante la Resurrección que de ella nace la esperanza de nuestra salvación eterna.

Bien, si llegamos a la conclusión del hecho real de la Resurrección, quedan por hacerse otras preguntas como son ¿Y ahora qué? Esto a mí que vivo hoy en el siglo XXI ¿me afecta en algo?

Quizás no estaría mal acercarnos a los cristianos de los primeros tiempos, a los padres de la Iglesia.

San Atanasio en el siglo IV decía:

“La Pascua verdadera es la abstinencia del mal, el ejercicio de la virtud y el paso de la muerte a la vida. Es esto lo que se aprende de la imagen antigua. Entonces se esforzaban en pasar desde Egipto a Jerusalén; ahora nosotros nos esforzamos en pasar de la muerte a la vida. Entonces, del Faraón a Moisés; ahora, del diablo al Salvador.

Ayunamos pensando en la muerte, para poder después vivir. Vigilamos sin tristeza, pero más bien como gente que espera al Señor que vuelve del banquete, para volverse a encontrar entre nosotros y anunciar cuanto antes el signo de la victoria sobre la muerte.”

También San Agustín, decía:

Estos días, como todos saben, nosotros celebramos la Pascua, y en ellos se canta el Aleluya. Debemos, sin embargo, hermanos, poner mucha atención para comprender con el alma aquello que celebramos visiblemente. Pascua es una palabra hebrea que significa paso; en griego [suena] pásjein, padecer, y en latín pascere, en el sentido con que se dice: Apacentaré a los amigos. ¿Quién es el que celebra la Pascua sino quien pasa de la muerte de los propios pecados a la vida de los justos?, como dice el Apóstol: Hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos ¿Quién es el que celebra la Pascua sino quien cree en Aquel que ha padecido en la tierra, para reinar con Él en el cielo? ¿Quién es el que celebra la Pascua sino quien apacienta en los hermanos a Cristo? Él, en efecto, ha dicho de los pobres: Quienquiera que lo haya hecho a uno de los míos más pequeños, me lo ha hecho a mí. Cristo está ascendido en el cielo y es indigente en la tierra; interpela al Padre por nosotros y aquí abajo pide el pan desde nosotros. Por eso, mis hermanos y señores, si queremos celebrar una Pascua saludable, pasemos de los pecados a la justicia, padezcamos por Cristo, apacentemos en los pobres a Cristo.

«En los años anteriores, el Señor, celebrando
la Pascua, comió el cordero pascual inmolado
por los judíos. Pero una vez que hubo predicado
el Evangelio, Él mismo se convirtió
en el Cordero de Dios»

«¿Quién es el que celebra la Pascua
sino quien cree en Aquel que ha padecido
en la tierra, para reinar con Él en el cielo?»


Son palabras que nos vienen de antiguo y, sin embargo, no dejan de tener actualidad.

Volvamos a recordar la actitud de los primeros discípulos, inicialmente el temor, la pena por la muerte del Maestro les hizo ser incluso escépticos ante el hecho de la Resurrección. Pero poco después no pudieron más que ir a contar a todos la verdad de la victoria sobre la muerte. Fue algo que les llenó tanto que les desbordaba el alma, tenían forzosamente que dar testimonio.

En la carta a los Colosenses se nos dice:

“Fuisteis resucitados con Él y habéis resucitado con Él porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos”.

Y me pregunto ahora ¿Cuál puede ser nuestra “Resurrección” hoy? Jesús ha resucitado y espera que resucitemos verdaderamente con Él.

Quizás en estos momentos lo que tendremos es que preocuparnos de tener un “alma resucitada” llena del gozo de Cristo y lejos de nuestras propias muertes de cada día, pues en cada uno de nuestros tropiezos “morimos” espiritualmente, así que nuestras “resurrecciones” de cada día serán levantarnos tras cada tropiezo, acercándonos al Padre que nos espera en todo momento con los brazos abiertos para darnos su perdón.

Pero también la Resurrección del Señor tiene que desbordarnos, tiene que salirnos por los poros de la piel y llevarnos a anunciarlo allí donde nos movamos, en casa, en la calle, en las tiendas, en nuestros trabajos… seamos testigos de la nueva vida.

No podemos olvidar tampoco que en cada Eucaristía Jesús vuelve a inmolarse por nosotros, que ahí es donde podemos encontrarlo todos y cada uno de los días.

Que tomemos conciencia de la trascendencia de lo que en estos cincuenta días celebramos, que las almas dormidas despierten y las que están muertas vuelvan a la vida. Sé que no es tarea fácil, pero a ello estamos llamados.

Y ahora sí, de nuevo, ¡Feliz Pascua!