Domingo de Pentecostés
(11 de mayo de 2008)
(11 de mayo de 2008)
(Juan 20, 19-23)
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.
Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
- «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
- «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Jesús nos prometió que nunca nos dejaría solos. El domingo pasado al ascender a los cielos nos encargaba una misión: guardar todo lo que nos ha enseñado y predicar el Evangelio por todo el mundo. Tarea ardua y difícil, pero a la vez apasionante. Para llevar a cabo el encargo de Jesús no estamos solos, el Espíritu Santo está con nosotros. Es el gran desconocido en la Iglesia, pero su fuerza y su impulso siguen actuando en el interior del creyente. Hoy es el día grande en que Jesús Resucitado nos envía su Espíritu. Es Pentecostés, el punto de inicio de la Iglesia. Juntos, en comunidad y con la fuerza del Espíritu, podemos hacer realidad y mostrar a todos el amor, el perdón la comunión entre todos los hombres.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu. Este es nuestro consuelo: que para ser buenos cristianos da igual que tengamos oficios y cargos más altos o más bajos, que seamos más guapos o más feos, que hayamos estudiado un poco más o un poco menos. Si todo lo que decimos y hacemos, lo decimos y hacemos en nombre del Espíritu y movidos por el Espíritu, todo contribuirá al bien común. Puesto que todos somos miembros del cuerpo de Cristo, lo importante es que cada uno realice con la mayor dignidad posible la función que le ha sido encomendada. No nos van a juzgar por los muchos o pocos dones que hayamos recibido del Espíritu, sino por el uso que hagamos de esos dones recibidos.
Quizá sea, este Pentecostés, el momento en que también nosotros, debamos dar el salto y salir fuera, a consolar tanta soledad camuflada, como existe el mundo que los rodea. Regalando a los demás tantos dones como el Señor ha depositado en cada uno de nosotros. Demos gracias sin cansarnos al observar que Dios es esplendido, a la hora de repartir sus dones.
Y acerquémonos a Jesús para aprender de Él la manera de utilizarlos.