domingo, 16 de marzo de 2008

Domingo de Ramos

El conocimiento histórico de la época nos dice que era frecuente que los ciudadanos de Jerusalén recibieran con gran alegría, con ramos de olivo y hojas de palma a los peregrinos que llegaban a la ciudad santa para festejar la Pascua. Ante eso, por supuesto, no era nada raro que tuvieran lugar esas entradas llenas de vistosidad y de alegría para recibir a los peregrinos. Pero Jesús de Nazaret quiso cargar de simbolismos mesiánicos su entrada en Jerusalén. Entraba subido en un asno joven, símbolo del rey pacifico que un día –según los profetas—entraría en la ciudad santa para iniciar su reino de paz y de amor. Así se esperaba que llegara el Mesías. Luego, el pueblo, llevado por el entusiasmo que les producía el conocimiento de la fuerza especial que tenia Jesús, sus signos, sus prodigios, sus milagros, el estar haciendo continuadamente el bien y curando a los enfermos, les llevo a entornar el Hosanna, que, aunque ciertamente, ya en tiempos de Jesús se había devaluado un poco, no era otra cosa que un grito mesiánico de alegría.

El Evangelio para la Misa del Domingo de Ramos es la lectura de la Pasión de Jesucristo. Conocemos la historia bien y la vamos a conocer otra vez con emoción en la Eucaristía cuando vivamos otra vez esos momentos en los cuales se encuentra el punto crítico de la historia del mundo. Tenemos que preguntarnos, ¿con qué personaje me identifico? Tal vez con Judas el traidor, o con Pedro el cobarde, con Juan el discípulo fiel, con el buen ladrón, con las santas mujeres…. Hoy día Jesús sigue muriendo por nosotros y muchos “Cristos” en el mundo siguen sufriendo “su pasión”. Abrimos, pues, unos días muy grandes, muy duros. Debemos de convertirnos en protagonistas de esta historia de Pasión. No verla desde lejos como el que contempla una película que narra cuestiones de lugares lejanos o de tiempos remotos. Jesús lo sufrió por nosotros. Y su sufrimiento nos hizo libres… Pero, en fin, no adelantemos los acontecimientos. La Semana Santa empieza… Pero también es bueno terminar pensando que los sufrimientos de Jesús les ocurren, hoy día, a muchos hermanos nuestros. En todo el mundo, en este tiempo hay perseguidos porque buscan la paz y la justicia. Los poderosos siempre querrán –ilusoriamente—terminar con los débiles, pero son estos quienes terminan venciéndolos porque la paz y el amor son armas infalibles.