sábado, 16 de marzo de 2013

Nuestra Madre, en su paso de palio

Como sabréis, cada año en la Cuaresma, nuestra Madre se viste a la usanza hebrea, presidiendo el Altar de la Iglesia Parroquial o bien, desde el año pasado, para morar donde antaño recibiera tantas oraciones, en la Capilla lateral donde se ubica durante todo el año su hijo, el Señor de la Caridad.

Y siempre llegaban los días en que conmemoramos la Pasión y Muerte de Jesucristo, incluso alcanzábamos la Pascua de la Resurrección contemplando aún a nuestra Madre cual mujer hebrea... quizás, como "la última hebrea de Sevilla".


Este año, por primera vez en plena Cuaresma, nuestra Madre ha dejado sus atuendos hebraicos para vestirse de Reina; ha dejado el Altar del Templo para elevarse en ese otro altar que, si Dios quiere, la habrá de acercar a esos templos vivos, a tantos corazones que al compás del suyo laten. Y lo hará siguiendo la estela de Caridad dejada por su Hijo, dentro de siete días.

La belleza del rostro de nuestra Madre no es sino el reflejo de la belleza del alma de quien dijo Sí al Señor, aquella que a los pies de la Cruz, en el Gólgota, se nos fue entregada como tal.


Y tan bella es como quiere mostrarse a sus hijos, que a nuestra Madre no le importó estar en vela casi toda la noche, mientras unas manos privilegiadas fueron cumpliendo su deseo.

Así, el amanecer del día de hoy nos ha traído un regalo muy especial: Nuestra Madre de los Dolores, en su paso de palio. Llegó anoche, y no llegó sola; lo hizo en la intimidad del rezo de la Corona Dolorosa, rezo que nuestro Padre Víctor (q.e.p.d.) fomentara allá en los meses de septiembre. Siete Dolores de nuestra Madre, siete intenciones por nuestros hermanos.



A nuestra Madre, damos gracias. A nuestra Madre, pedimos su intercesión. A nuestra Madre, pedimos que nos alumbre el camino hacia el Señor.

Fotografías: M. Martín V.