sábado, 15 de septiembre de 2012

El sueño de un niño

EL SEÑOR HIZO EN TI MARAVILLAS. Esa era la frase que oía una y otra vez en su sueño, un sueño que se repetía cada noche y que ahora volvía a escuchar en aquella iglesia solitaria, cuando un niño de pantalones cortos miraba al bendito carpintero. “EL SEÑOR HIZO EN TI MARAVILLAS”… y ese sueño se cumplió.

Cincuenta años hace desde que unos chiquillos regresaran hacia nuestro barrio siguiendo el sendero de las vías del tren, desde una fábrica de harinas próxima a la colación de San Bernardo. Venían contentos y satisfechos como si del mayor tesoro se tratara: Dos vigas de noble madera, que fueron la materia prima para que el niño empezara a dar forma al rostro, manos y cuerpo de la Santísima Virgen, ayudado con unas viejas puntas de gubia que Francisco Buiza y Sebastián Santos desecharon de su taller y que regalaron a tan servicial infante.

Cincuenta años es mucho tiempo para algunos, y es un suspiro para otros. Pero la historia de este niño se iba fraguando en este humilde barrio rodeado de huertas, vaquerías y fábricas.

Unos dicen que la Virgen se talló en la sacristía de la parroquia, otros que el niño cazaba a los gatos de la Huerta de los Granados y así recoger pelo para las primitivas pestañas. Un hermano afirma que lo más difícil fue conseguir esos benditos ojos, los cuales provenían de un lugar cercano a la Plaza de los Carros y para los que el niño tuvo que llevarse toda una mañana haciendo recados y conseguir que aquella buena mujer se los regalara. Ojos que eran verdes y que, con la seguridad de aquel que se siente iluminado por la fe, transformó abandonando el verde de la oliva para tornarlos al marrón propio de la madera carpintera. Y los regó con siete lágrimas de cristal, siete lágrimas de dolor que surcarían su bello rostro.

Una vez concluida la obra, la humilde carpintera, como en el pasaje Bíblico, tuvo que emigrar, ésta vez sola, sin José y sin niño, ya que el párroco no aceptaba dar posada a la obra sacada de las manos de su monaguillo. Pero Ella sabía que no sería por mucho tiempo, y durante esos cuatro meses de exilio la Virgen no se fue del barrio. Con el cariño con que se mima a una madre, el grupo de chiquillos la depositó en un cuartito de azotea de la casa de uno de ellos, situada en la calle Pinta.

Y como los caminos del Señor son inescrutables y la fe popular es sabia, fue allí donde germinó su amor y el barrio empezó a demostrar su cariño a aquella talla de la Virgen María. Las vecinas del Fontanal llevaban las mejores flores de sus patios y casas, para colocarlas en aquellos latones de tomate que hacían las veces de improvisados jarrones, para que acompañaran a la Virgen en aquella sencilla azotea.

Fue entonces cuando aquel niño sentía que tenía que luchar por su sueño. Sabía que su Virgen no podía quedar relegada en una casa del barrio donde sus vecinos la visitaran y mostraran su amor.

Y sin pensarlo dos veces, se puso sus zapatos de domingo, se repeinó un poco y marchó hacia el centro neurálgico de la fe sevillana. Ya amparado bajo la Turris Fortissima, el niño hablaría con Don José Sebastián y Bandarán, Capellán Real muy vinculado al mundo de las cofradías. Al ver el piadoso sacerdote la obra de aquel niño, de a penas doce años y el potencial que acababa de descubrir en aquellas fotos en blanco y negro, no lo dudó ni un minuto, escribiendo una carta de su puño y letra autorizando la bendición de aquella obra y la entronización de la talla de la Virgen en la parroquia, para veneración de todos.

Y fue así como la Santísima Virgen fue llevada de nuevo a la que desde ese momento es su casa, donde recibe el amor de todos sus hijos. Cincuenta años hace ya, de su bendición aquel 15 de Septiembre de 1962, en el que la Virgen recibía de nuevo a todo su barrio, bajo el nombre de Nuestra Señora del Gólgota (dicha advocación no caló en el barrio, por lo que años después sería modificada por la de los Dolores), engalanada como una reina, con manto y saya prestada por la hermandad de la Trinidad. Los fieles se agolpaban en el templo, para ver el rostro de la Madre de todo un barrio, para besar la mano a la que es fuente de Salud y Consuelo en los momentos difíciles. Fue entonces, cuando el joven Luis vio cumplido su sueño: “poder regalar a mi barrio el rostro de una Madre”.

En este mes de septiembre, se cumplen las Bodas de Oro de esa donación. Cincuenta años junto a Ella, cincuenta años de oraciones y plegarias, cincuenta años de un niño llamado Luis Álvarez Duarte, que consiguió hacer realidad su sueño.


Fotografía: Archivo Hermandad