Domingo 2º de Cuaresma
Jornada de Hispanoamérica
(4 de marzo de 2012)
Se les apreció Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
- Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
- Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús los mandó:
- No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían que querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
Jesús desde el principio de su vida pública busca quien le acompañe en la misión que el Padre le ha confiado, y les invita a seguirle. Comparte con ellos su experiencia, haciéndoles testigos del amor del Padre. Ellos no acaban de entenderle; por eso en el camino que Jesús recorrió “predicando y haciendo el bien” desde Nazaret, donde vivió, hasta Jerusalén, donde murió en la cruz, les fue mostrando y enseñando la cruda realidad del Mesías y de cuantos quieran seguirle. Es una preocupación constante de Jesús enseñar las condiciones del seguimiento.
En esta ocasión cuenta con Pedro, Santiago y Juan y sube a la montaña, lugar de manifestación de Dios, de encuentro con Dios, en clima de silencio y contemplación. Experimentan la dificultad de la subida, los contratiempos de la vida junto a lo maravilloso que encierra la contemplación de la montaña. Experiencia de cansancio y de superación al mismo tiempo. El Tabor es una experiencia anticipada de la Pascua, un anticipo de lo que esperamos. Pero sólo un anticipo, porque enseguida habrá que “bajar” y recorrer los difíciles y monótonos caminos de la vida.
Si nos observamos a nosotros mismos y observamos a nuestro alrededor coincidiremos en que estamos muy metidos “en nuestro mundo”; y que estamos tan atrapados por las preocupaciones que no sabemos ni somos capaces de salir de ellas. Escuchamos tantas palabras, tantos ruidos, tantas “canciones”, que necesitamos con urgencia un poco de silencio. Por otra parte vivimos tan confortablemente, tan divinamente en nuestro bienestar, que no estamos dispuestos a hacer el más mínimo esfuerzo por salir a la búsqueda de Dios. ¿Por qué subir a la montaña si se está bien en el valle? ¿Para qué buscar a Dios si me va estupendamente: con mis pequeños dioses?
Las personas parece que no tengamos tiempo para escuchar. Nos resulta difícil acercarnos en silencio, con calma y sin prejuicios al corazón del otro, para escuchar el mensaje que toda persona nos puede comunicar. En este contexto, tampoco resulta extraño que a los cristianos se nos haya olvidado que ser creyente es vivir escuchando a Jesús. Y, sin embargo, desde esa escucha, cobra su verdadero sentido y originalidad la vida cristiana. Desde esa escucha nace la fe verdadera. Desde esa escucha comenzamos a descubrir con Jesús cual es la manera más humana de enfrentarse a los problemas de la vida y al misterio de la muerte. Nos podemos dar cuenta dónde están las grandes equivocaciones y errores de nuestro vivir diario. Bueno será pedir un corazón que sepa escuchar.