domingo, 27 de marzo de 2011

Jesús y la samaritana

Jesús y la samaritana
Comentario del Evangelio
Juan 4, 5-42

En este Tercer Domingo de Cuaresma se lee el Evangelio de San Juan sobre la samaritana. Precioso relato en el que Jesús de Nazaret lleva a cabo una sabia catequesis que llevará a esa mujer a convertirse y tomar el camino hacia la Verdad y el Amor, por eso, vamos a dejar que sea la propia samaritana la que nos dirija la palabra y nos hable desde su propia experiencia:

Sed pacientes con la lentitud de vuestros procesos, estad seguros de que en cada una de vuestras vidas existe un pozo y el Maestro os está esperando sentado en su brocal. Confiaos a su poder de seducción, a su paciencia a la hora de perforar vuestras defensas, a su deseo de conduciros hasta lo profundo de vuestra vida, a sus fuentes interiores y secretas, porque Él sabe acompañar ese descenso sin impaciencia ni prisa. Cuando yo le escuché decir dos veces: “el agua que yo quiero dar”, supe que estaba habitado por el deseo violento de anegarnos a todos en su corriente.

No os quedéis únicamente en lo que ya sabéis de Él: recorred el proceso de intimidad al que también tenéis la dicha de estar invitados. Al principio yo no vi en Él más que a un judío, pero él me fue conduciendo hasta descubrirle como Señor, Profeta y Mesías, como Aquel a quien siempre había estado esperando sin saberlo. Tened vosotros la osadía de nombrarle con nombres nuevos, con esos que no aparecerán nunca en los resecos manuales de vuestras estanterías.


No tengáis miedo de reconocer la sed que os habita, ni os engañéis creyendo que vuestra condición de cristianos os exime de la precariedad y la vulnerabilidad que laten en cada ser humano: cambiad vuestra actitud de perpetuos "donantes" y sentíos caminantes con los que caminan y buscadores con los que buscan. Porque sólo entonces viviréis la alegre sorpresa de ser evangelizados por aquellos a quienes queréis anunciar el Evangelio. Aprended a escuchar mejor y, en vez de predicar y dirigir tanto, haceos expertos en preguntar, dialogar y compartir con otros esa pobreza que nos iguala a todos. Porque sólo si tocáis vuestra sed podréis entrar en el juego que yo aprendí junto al pozo: el hombre sediento que me pidió agua resultó ser el que calmó la mía y eso me decidió después a hablar de él a los de mi pueblo. Y precisamente porque yo me sabía necesitada de salvación, podía anunciar a otros que me había encontrado con alguien que me había acogido sin juzgarme ni condenarme. Venid a celebrar conmigo junto al brocal del pozo que la propia pobreza reconocida y puesta en relación con Jesús, no es un obstáculo para recibir el don del agua viva, sino la mejor ocasión para acogerla y dejarla saltar hasta la Vida eterna.


Pero os lo aviso, estad prevenidos: Él os puede estar esperando en cualquier lugar, en cualquier mediodía de vuestra vida cotidiana, precisamente cuando andabais enredados en pequeñas preocupaciones, en rencillas mutuas o en rancias ortodoxias en torno a rúbricas o privilegios. Si os detenéis a escucharle, estáis perdidos para siempre: Él al principio os pedirá algo sencillo (“dame de beber”, “llama a tu marido”)... , pero al final, volveréis a vuestra casa sin agua, sin cántaro y con la sed, antes desconocida, de atraer hacia él a la ciudad entera.


Acoged la noticia sorprendente de que es el Padre quien os busca y quien desea la respuesta de vuestra adoración. No tengáis miedo de esa palabra, tan extraña a los oídos del mundo porque es "la tierra otra" a la que, como Abraham, habéis sido convocados. Dejad atrás los viejos suelos que os sustentaban y adentraos en esa relación de apasionamiento por el Señor y su Reino en la que, nada se antepone a su amor.


Con cariño, la samaritana.