lunes, 14 de septiembre de 2009

Corona Dolorosa: Septimo Dolor

Séptimo Dolor: Sepultura de Jesús y soledad de María

La tradición ha resaltado en el séptimo dolor la soledad de María. Pero la soledad de la Virgen no es nunca tristemente solitaria, sino gozosamente contemplativa.

Es en esos momentos de ausencia física del Hijo, cuando la Virgen, que había mantenido fielmente la unión con Él hasta la cruz, se siente unida de manera especial con el Padre por la fe y esperanza y, animada por el Espíritu, perpetúa la unión viva con su Hijo más allá de las fronteras de la muerte.

Visto desde esta perspectiva, el séptimo es el dolor de la pascua anticipada, de la absoluta confianza en que, incluso contra toda humana esperanza, las cosas –y sobre todo las personas– pueden cambiar, pueden mejorar, pueden volver a la vida. Querer al otro “como es” –tal cual nos enseñaba María en su primer dolor– no implica el dejar de soñar y esperar para él un mañana mejor, o el dejar de pensar que la persona es un ser en constante maduración y cambio, y siempre con posibilidades de una progresiva mejoría.

La lección de amor que nos trasmite María en este último dolor se concreta pues, en saber esperar, aun contra toda esperanza, en la “renovación” de las cosas y, particularmente, de las personas.