sábado, 18 de abril de 2009

Evangelio del Domingo: Señor mío y Dios mío

II Domingo de Pascua
(19 de abril de 2009)


(Juan 20, 19-31)


Al anochecer del día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Luego les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
-Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
-¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis Vida en su Nombre.


Se llama a este Domingo, el de Tomás, por la especial escena sobre su fe. Pero además son las apariciones del Señor Jesús en Domingo, lo que produciría la institución del primer día de la semana como Día del Señor, sustituyendo a la veneración por el sábado que profesaba la religión judía.

Tomás dudó, exigió ver las señales de los clavos en las manos y de la lanza en el costado. La duda es algo connatural al hombre. La duda evita que caigamos en el desatino o en lo irracional. Un creyente no es un crédulo que acepta todo sin tener en cuenta si es razonable o no. Hemos de pasar a tener una fe adulta, responsable y personalizada. Hay que llegar a tener experiencia personal del resucitado y gritar, como Tomás, “¡Señor mío y Dios mío!”. No hemos de creer por lo que nos han dicho otros, sino porque nosotros mismos hayamos experimentado la presencia en nuestra vida del Jesús vivo. Creer es fiarse de Alguien: Jesús de Nazaret, el Resucitado, que ha vencido a la muerte y ha dado un nuevo sentido a nuestras vidas. El mejor don que nos regala Jesús es la paz, plenitud de todos los dones. La paz que Jesús nos regala produce en nuestro interior una sensación de felicidad y realización personal. Pero esta paz no puede quedar encerrada en nosotros mismos, sino que tiene que notarse y ser testimoniada. La construcción de la paz en nuestro mundo es una tarea que todo cristiano tiene que asumir, tomando como base la justicia y el amor.