domingo, 14 de septiembre de 2008

El Evangelio del Domingo

Domingo 24º del Tiempo Ordinario
(14 de septiembre de 2008)

Fiesta de la Exaltación de la
Santa Cruz

(Juan 3, 13-17)

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
-Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen el él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

Palabra del Señor.


Hoy 14 de septiembre la Iglesia celebra, desde hace casi 17 siglos, la Exaltación de la Cruz de Jesús. La fiesta se remonta a la dedicación de dos basílicas en Jerusalén en tiempos del Emperador romano Constantino, acto que, además, celebraba haber encontrado la verdadera cruz del Salvador.

La cruz en el Imperio Romano era un signo de tortura reservado a los peores malhechores. Jesús, que no había cometido ningún delito, murió en la cruz por nosotros. El Evangelio predicado por El es una Buena Noticia liberadora para los oprimidos, pero ponía en tela de juicio el poder establecido. La cruz fue la consecuencia de la vida de Jesús. Fue consecuente, y por eso le mataron. Ahora este instrumento de tortura se ha convertido para nosotros en signo de amor y liberación. Por eso hoy celebramos su “Exaltación”. Glorificación y levantamiento frente a la humillación y abajamiento.

Pero lo que exaltamos en esta fiesta no es la cruz (un instrumento más de tortura y ejecución como el cadalso o la silla eléctrica). Lo que exaltamos es el amor incondicional de Dios que compartió nuestra condición humana y se comprometió con la realización del Reino hasta el final. Exaltamos al Crucificado que, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Y exaltamos al Dios que, como Abrahán, entregó a su Hijo Único, a su amado, para que todos tengamos vida en su nombre.

Hoy es una buena fecha para que meditemos también en la realidad de nuestra propia cruz y que seamos capaces de asumirla y comprenderla. Aceptándola, seguiremos el consejo que Jesús nos da, pero además iniciaremos un camino de felicidad que nos llevará a la vida eterna.