jueves, 20 de marzo de 2008

Jueves Santo: La Cena del Señor

Tenemos que admitir, y grabarlo fuertemente en nuestras almas y nuestros corazones, que Jesús nos ama inmensamente a todos y elige el día del Jueves Santo para declararnos su amor. Jesús no puede guardar más tiempo ese amor sin que nadie lo conozca. Tiene que gritarlo a los cuatro vientos para que no le estalle el corazón.


El lugar que elige para ello es la mesa. Como alimentos, el pan y el vino. No hay lujos, no hay ostentación. Lo más cotidiano, lo más sencillo, lo menos costoso, lo más asequible a todos los hombres. En esta sencillez se revela, se declara, abre su corazón... y nos entrega su amor. Por eso, en la mesa del Cenáculo, se hace pan: para saciar el hambre de todos los hombres, para acompañar tantas soledades, para que todo el que lo necesite pueda disponer de Él. La vida de Cristo: entregada, ofrecida, puesta al servicio de todos... Imposible entender la Eucaristía con un corazón egoísta.


Y unido a todo ello, una súplica. Vivid, amad, trabajad, esforzaos por hacer la voluntad de mi Padre. Porque, cuando hagáis esto, entenderéis lo que os pido: "Que os améis unos a otros como yo os he amado”. Y él que lo sabe nos lava los pies a todos. Bonito mandato, para este día en que la Iglesia celebra el Día del AMOR FRATERNO.