EN LA FIESTA CRISTIANA DEL TRABAJO - 27. IV. 2014
Queridos hermanos y hermanas:
El próximo jueves celebraremos la memoria de san José Obrero, la fiesta cristiana del trabajo, que no quiere solapar la fiesta civil, que en el mundo occidental se celebra desde principios del siglo XX, con un sentido reivindicativo y de homenaje a los llamados mártires de Chicago, aquellos sindicalistas ajusticiados en Estados Unidos en 1886 por haber participado en unas jornadas de lucha por la consecución de la jornada laboral de ocho horas.
En esta fiesta la Iglesia quiere ofrecer a los trabajadores como modelo de vida la figura de un trabajador sencillo y ejemplar, san José, el esposo de la Virgen María y padre legal de Jesús, del que Él aprendió y con el que se ejercitó en el trabajo manual de un artesano de pueblo. De él y de su madre María aprendió Jesús las virtudes domésticas del trabajo, la unidad en la familia, la preocupación de unos por otros, el sentido de la Providencia divina, la honradez y austeridad, la religiosidad, la obediencia y el servicio a los demás, dentro y fuera de la familia.
Hace una década muchos pensaban que carecía de sentido la fiesta del Trabajo porque el proletariado ha desaparecido y muchos trabajadores se han ido incorporado a las clases medias, no dándose ya las condiciones degradantes de trabajo que eran habituales en la época de la revolución industrial. En estos momentos ésta es sólo parte de la verdad, porque siendo cierto que se han mitigado las duras condiciones de trabajo del siglo XIX en el mundo occidental, no ha ocurrido lo mismo en otras latitudes. Además, como consecuencia de la crisis económica, las clases medias se han empobrecido y han crecido vicios estructurales bajo la apariencia de modernidad, que menoscaban la dignidad de los trabajadores.
A pesar de que los expertos advierten síntomas de superación de la crisis, todavía tenemos entre nosotros casi seis millones de parados, muchos de los cuales viven situaciones límite como consecuencia de la pérdida del subsidio de desempleo, de la casa en ocasiones, y en tantos casos la pérdida de la esperanza, que ha llevado a algunas personas a la desesperación y al suicidio, y en otros casos a depresiones y graves trastornos psicológicos. Quienes tienen trabajo, a menudo sufren contratos intermitentes o a tiempo parcial, o han sufrido un recorte en sus retribuciones. En consecuencia, entre nosotros abundan familias con dificultades de subsistencia y grandes penurias. Particularmente sangrante es el caso de los jóvenes, en ocasiones muy bien preparados, sin esperanza de obtener un primer empleo, o si lo tienen, sometidos a una continua movilidad, El Arzobispo de Sevilla con salarios bajos, inseguridad en el trabajo y la amenaza siempre latente del despido, que les impide programar su futuro y fundar una familia.
Por otra parte, la organización actual del trabajo parece entender que el hombre y la mujer viven sólo para trabajar, ignorando las demás dimensiones de la vida personal, familiar o social, que han de subordinarse al trabajo y en definitiva al lucro y a la cuenta de resultados de la empresa. Por ello, se penaliza la maternidad y se despide a las mujeres que quieren ejercer su más sagrado derecho; y se abusa de los inmigrantes, a los que acogemos porque sirven a nuestros ancianos, pero sin reconocerles la plenitud de sus derechos. A todo ello hay que añadir la flexibilidad laboral, la movilidad geográfica y las dificultades de los padres para conciliaer la vida laboral con la vida familiar y la educación de los hijos.
La Doctrina Social de la Iglesia nos dice que este modo de concebir el trabajo, que deshumaniza a los trabajadores, no responde al plan de Dios, que en los orígenes del mundo crea al hombre y a la mujer y los sitúa en el jardín del Edén para que trabajen, para que sean felices y alcancen su plena realización personal completando la obra de la Creación. De ahí la enorme dignidad del trabajo, que nos hace imágenes de Dios.
En la fiesta cristiana del trabajo tengo muy presentes a todos los trabajadores de la Archidiócesis y, muy especialmente, a cuantos no tienen trabajo o lo realizan en condiciones incompatibles con su dignidad, a quienes expreso mi solidaridad, cercanía y afecto, el mismo que quiero manifestar a los militantes de los movimientos obreros cristianos, a quienes agradezco su compromiso militante. Les animo a seguir anunciando a Jesucristo al mundo obrero y a seguir recordándonos a todos la dignidad inalienable de la persona humana, imagen de Dios, y sus derechos inviolables. Anunciad muy alto en los lugares de trabajo que la fe en Jesucristo y su Evangelio es el único camino para la construcción de un mundo más justo y fraterno, de acuerdo con los planes de Dios.
Seguid cuidando la formación y también las bases sobrenaturales de vuestro compromiso militante: la oración, la participación en los sacramentos, especialmente la penitencia y la eucaristía. Sólo así pervivirá vuestro ardor apostólico y vuestro compromiso por la justicia.
Contad todos con mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla